Las culturas condenadas (1978) - Compilación e introducción.
Rafael Barret. Descubridor de la realidad social del Paraguay. En el libro: "El dolor paraguayo" del autor Rafael Barrett (1978)
De lo temporal a lo eterno. En el libro: "Tentación de una utopía" de los autores Rubén Bareiro Saguier y Jean Paul Duviols (1991)
En el libro: Poesías completas de la autora Josefina Plá
Voy perdiendo mi ser mientras me voy humanando... Guyravera, Chamán guaraní
Al terminar el relato del apocalíptico fin de la utopía de Jesuitas y Guaraníes, que se dio en llamar Ciudad de Dios y Ciudad del Sol, y terminó siendo un infierno; que llegó a ser un imperio al margen del imperio en el que no se ponía el sol, y al margen de la naciente Asunción, madre de ciudades, y de lo que pudo ser la República de las Provincias del Río de la Plata, embrionario germen de lo que sería el Paraguay, de lo que pudo ser la República Guaraní y nunca fue; un sueño que se convirtió en pesadilla, pero que, sigue siendo, pese a todo, un sueño de muchos; al terminar, decía, el texto Tentación de una Utopía, “Entre lo temporal y lo eterno”, Augusto Roa Bastos concluye: “El tiempo fue avaro con indios y jesuitas; la historia, ‘esa alucinación en marcha’, fue con ellos excesivamente pródiga en vicisitudes e infortunios”.
Y, sin embargo, a pesar de la pesadilla final de la destrucción, de la expulsión y el abandono de los jesuitas, de la diáspora de los indígenas perseguidos y cazados por bandeirantes y paraguayos, que en eso lamentablemente se emparentaron, cierra el texto con épica de leyenda: “Allí están las ruinas en su grandeza adivinada”.
La hecatombe de la destrucción no apaga la alucinación de lo que fue y queda en esos retazos de gloria, de “grandeza adivinada” entre los escombros del sueño que sobrevivieron a la pesadilla del “paraíso perdido” cantado y alabado hasta siglos después, aunque para los indígenas hubiera sido más bien un purgatorio en el que debían pagar por pecados que no sabían que eran pecados y, por lo tanto, ni podían haber cometido.
Esta escritora de primer orden, que pudo destacarse ampliamente entre sus iguales y ser una figura representativa en cualquier patria donde la inteligencia y el talento al servicio de una conciencia incorruptible constituyen un honor, prefirió quedarse a trabajar en su humilde retiro paraguayo, porque su vocación y su fe, su amor por esta tierra de su destino, son más fuertes que toda efímera ambición.
A su gloria personal, prefiere el anónimo heroísmo de los que construyen un arte en el desierto. En este terreno arrasado y semibaldío que en la cultura de América representa la poesía paraguaya, la poesía de Josefina Plá -junto con la de Hérib Campos Cervera- ha devenido escritura viva y fundadora de su renacimiento actual. Esta es su gloria más pura y perdurable.
Augusto Roa Bastos