Entrevistas de Joaquín Serrano ("programa A fondo")
La Isla de Roa Bastos (Redacción de LA NACIÓN)
Entrevista de Roa por Ana Ribeiro
AUGUSTO ROA BASTOS: EL SUPREMO COMPILADOR
Pensando el poder Por VICTORIA VERLICHAK
Sábato y Roa Bastos, contra viento y marea
Entrevista a Augusto Roa Bastos “Ese bárbaro oficio del hombre: La Guerra.
ENTREVISTA CON EL ESCRITOR PARAGUAYO
Roa Bastos: “La literatura es solo un acto de servicio”
JOAQUÍN SOLER SERRANO
Los personajes que crea Roa Bastos son de carne y hueso, palpitantes, los incrusta en las más dramáticas escenas y en las situaciones que más puedan conmovernos, su pluma pinta con rigor y escalofrío los horrores de la naturaleza y de la injusticia, el espanto de la muerte, la realidad dislocada en mundos diferentes, simultáneos, sucesivos o trastocados.
El Paraguay es un país muy agrario, muy campesino, cuya mayoría poblacional está constituida por la gente del campo, y la confraternidad, fraguada en las trincheras, entre los doctores y los campesinos, la gente cultura y los analfabetos, marcó un reencuentro: el de las raíces comunes de este pueblo, que estaban dadas incluso en la comunidad de lenguas. Es un caso único también en nuestra América: es un país totalmente bilingüe, con una lengua indígena, que es de carácter eminentemente oral, y el castellano, que es la lengua formal, la lengua de la educación y de la administración.
Es un idioma muy bien organizado, que no llegó a la escritura y no tiene por consiguiente una literatura, pero es la lengua por excelencia de comunicación emocional del pueblo, incluso de los paraguayos más cultos, que, cuando quieren recalcar una locución, una frase, algo que les importa mucho, dicen la frase en español y la repiten en guaraní. El guaraní es una lengua en pleno contacto con la naturaleza, con el sentido mítico y poético de esta fuerza telúrica que se siente en el Paraguay. (…)
En el de los mellizos, en junio.
Las leyendas que me contaron sobre mi venida al mundo fueron muy poco divertidas, de modo que guardo poco recuerdo de todo aquello. Y además, para mí la vida es un olvido continuado. Solo recuerdo algunas pequeñas cosas de mi infancia en un pueblecito del interior del Paraguay, este país que como usted bien ha dicho sigue siendo una incógnita, un enigma, hasta el punto de que parece un país mágico inventado por los novelistas, esa gente que hace magia con la realidad. (…)
Para mí el Paraguay es como un gran espejo muy luminoso que se ha roto en muchos fragmentos. Un fragmento por si solo no tendría valor. Yo he tratado en mis libros de reunir estos fragmentos del gran espejo roto para que pueda volver a dibujarse la imagen profunda de una colectividad.
Esa ha sido mi intención. La destrucción de nuestro país hace un siglo nos hace arrastrar un largo retraso, de modo que todavía para nosotros la literatura es solo un acto de servicio. Las palabras cuentan para nosotros como actos: tratamos de ir al núcleo central de las cosas para encontrar esa verdad muy escondida que a veces, como un relámpago, pueda iluminar toda la profunda penumbra que se ha cernido siempre sobre mi país. (…)
Felizmente, también se ha perdido. La presenté siendo muchacho a un concurso del Ateneo de Asunción, y obtuvo el premio, pero no me pudo ni siquiera ser devuelto el original, porque se extravió.
A veces se producen crisis de conciencia, motivadas quizá por la sensación de que lo que uno hace no tiene sentido, y entonces se retira uno a reflexionar. Una de las grandes dudas que yo sentía era si yo estaba llamado realmente a este ejercicio de escritor, y esta especie de parón se me impuso como una necesidad vital de bajar a mis abismos interiores para ver lo que había dentro. Era un poco como hacer de espeleólogo de uno mismo. Y así me impuse la larga noche de diez años de silencio.
Se robusteció en mí la conciencia de hacer un trabajo con ciertos objetivos: crear inquietudes en los lectores para que la revelación de la realidad sea hecha en una especie de recreación del texto, que va recorriendo una gama de lectores sin saber exactamente dónde va a terminar. Y el tema que siempre me obsesionó es la presencia de un personaje real, que fue el iniciador del movimiento de Independencia del Paraguay, José Gaspar de Francia, el nuevo dictador, que ya se anuncia en uno de mis primeros libros. Este personaje es una especie de mito encarnado en la conciencia o subconciencia de la colectividad paraguaya, y que, por lo tanto, a mí “me trabajó” larga y profundamente.
Tomé a este personaje histórico solamente como un punto de partida para una obra de ficción pura. Claro que está en mi libro la historia, la tremenda historia con la presencia de este hombre de voluntad férrea decidido a establecer a toda costa la soberanía y la libre determinación de una naciente nacionalidad. Pero están, asimismo, otras muchas cosas: la parte mítica, que a mí me interesaba. En este caso, por ejemplo, el poder absoluto. ¿Qué pasa con el poder absoluto frente a la transitoriedad, a la precariedad de ese portador del poder absoluto? Porque el poder absoluto se entiende cuando es una emanación de una colectividad que delega en un hombre sus poderes inalienables para decidir sobre su destino, sobre su suerte. Pero ocurre que en la mayoría de los casos que nosotros conocemos este poder absoluto va engendrando una especie de contrapartida que va subsumiendo, aniquilando esa primera etapa de poder al servicio de los demás para convertirse en un fin en sí mismo. De manera que este libro, en cierto modo, tiene un trasfondo que se relaciona con los referentes históricos de mi país, y sobre todo con la labor ciclópea que hizo este hombre para establecer la soberanía de mi país y su libre determinación, frente al acoso de las potencias de aquel tiempo. También está en el libro otra cosa que para mí es importante en igual medida, y es esta pasión de lo absoluto, esta búsqueda de lo absoluto a través de la acción política, del poder económico, incluso de la pasión mística: la necesidad de llegar a lo absoluto, que es una de las más viejas pesadillas de la especie humana.
Entrevista con Augusto Roa Bastos
“Los regímenes dictatoriales han oprimido la cultura y la educación” De visita en el país, fue condecorado con la Orden del Libertador General San Martín
Cuando el diálogo se introduce en la supervivencia de los valores de la cultura bilingüe y la alfabetización en su país, exulta una vitalidad conmovedora. Es que de ambas cuestiones, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos es, a sus 86 años, un referente ineludible.
Esta semana, este intelectual que ha vivido más años en el destierro que en su patria, recibió la Orden del Libertador General San Martín en el grado de Comendador, por parte del gobierno argentino.
De apariencia frágil y de firmes ideas democráticas, Roa Bastos persevera en su preocupación por la cultura. En tanto, su convicción por rescatar la cultura local como marca de la identidad no retrocede. Está convencido de que “los regímenes dictatoriales” que asolaron durante largos años al Paraguay “han oprimido especialmente la cultura y la educación. El problema principal es que prevalece un sentido utilitario de la cultura”, dice. Al ser bilingüe, agrega, el sistema educativo paraguayo dificulta la afirmación de valores que aseguren la continuidad cultural.
Camina incansablemente Roa Bastos la geografía latinoamericana en busca de vestigios de lenguas primitivas. Y recorre su propio país con un programa de apertura de bibliotecas populares y de alfabetización.
Al agradecer la distinción del Gobierno argentino, Roa Bastos dijo: “Yo llamo a esto un gesto de amistad latinoamericana. La amistad no es solo uno de los sentimientos más profundos del hombre, sino que traduce ese universo profundo de la hermandad de los seres humanos entre sí”.
El problema bilingüe connota aspectos que se contradicen entre sí. El hecho de tener una lengua indígena ayuda mucho a diversificar la cosmovisión de un universo complicado como el nuestro. El guaraní tiene expresiones tomadas de una ancestral visión del mundo, que tenían las razas de la región. A tal punto, que los primeros intentos colonizadores del Paraguay tuvieron que emplear el guaraní para comunicarse con los naturales. El discurso no escrito subyace en el universo lingüístico hispano-guaraní. El texto piensa al escritor y no a la inversa.
La literatura argentina y paraguaya se expresan en español, y el guaraní está hoy relegado al mundo indígena. Pero se trata de una lengua muy bien organizada desde el punto de vista cultural, lingüístico, gramatical y semántico. Tiene expresiones de un enorme valor simbólico, porque casi en su totalidad se expresa en signos y símbolos. Entre el español y el guaraní no hay una conexión simbólica. La primera es la lengua madre de América y, en un sentido más amplio, esto refleja a la cultura local.
Se trata de un mundo que combina lo salvaje y lo tremendo de nuestras civilizaciones primitivas con la llegada de los españoles a nuestra región. Una de las causas de la carencia de intérpretes de la realidad y el espíritu de un país se debe precisamente a ese choque ideológico y lingüístico entre esos dos mundos: el aborigen y el de los colonizadores. Somos una cultura bilingüe y oral, en la que no prosperó la escritura.
Tratamos de avanzar a través de la naturalización de los signos y los símbolos; incluso, a través de la mezcla del guaraní con el español. Muchos países latinoamericanos, entre ellos Paraguay, han sido cuna de lenguas nativas sustituidas por el español como un medio más universal de expresión y de comprensión entre los pueblos. Yo pretendo que esta campaña de alfabetización aborde los distintos aspectos de la cultura y que, sin eludir el problema bilingüe, lleve a una comprensión del español.
Se creó una especie de ruptura. Fue un fenómeno traumático, una verdadera mutilación de lo que hubiera sido, por ejemplo, mi desarrollo cultural en otras circunstancias.
Era la memoria de una cultura, de una lengua, que se volvía más intensa desde afuera. Porque el exilio es como una prisión en el vasto exterior. En mi caso, nunca me fui de Paraguay desde el punto de vista cultural.
Hay un descontento íntimo muy profundo cuando uno tiene una cosmovisión profunda de la realidad y no logra expresarla. Se origina una tensión muy grande. Yo no he destruido mis originales para ir superando mis propias limitaciones.
San Martín, porque fue un prohombre desde el centro al sur de América Latina. Además, nació en Corrientes, donde se habla guaraní y representó esa necesidad de ir relegando la mediatización del español, sin que eso significara ampliar la presencia de las culturas aborígenes.
Ana Ribeiro
Autor de Yo El Supremo, El trueno entre las hojas e Hijo de hombre, paraguayo del exilio y premio Miguel de Cervantes, a sus 82 años vive –finalmente– en su Asunción, reconocido, respetado y admirado por el valiente compromiso con la realidad que su estupenda obra literaria mantuvo siempre.
Su solo nombre le bastó como dirección al taxista. Vive en un apartamento moderno, que indirectamente denota los largos años de alejamiento del Paraguay de su dueño: no hay en él esa personalización del ambiente que, a modo de marca, dan los libros, los recuerdos, los cuadros, el atiborramiento de papeles y de objetos en un hogar de años. Por el contrario, es un ambiente despejado y funcional en el que habita hace poco. Solo cuando comienza a hablar con ese timbre claro pero suave, típica voz masculina del país de las arpas, uno descubre que es un caracol: es consigo que lleva su casa y sus frondosas vivencias. Porque vivió fuera de su país, condenado por condenar sus dictaduras militares, desde 1947 a 1983. Regresó para asumir desde allí, como antes lo hiciera desde Buenos Aires y París (sus patrias adoptivas), el maridaje de la literatura y el presente histórico, llamando a los trabajadores de la cultura a “transformar el soplo siniestro de la pesadilla en el aire vital de la sobrevivencia posible”.
- No, creo que no. Comprensible, además, porque yo me jacto mucho de burlarme de la historia. Pero esto también es un elemento de titiritero, confieso que yo mismo no creo eso. Es que es una manera de burlarme de mi propia debilidad, que es la de no saber imaginarme la Historia como hecho real.
- Yo creo que sí. Por ejemplo, el hecho de que degollaron a María Antonieta es un hecho real e irrebatible.
Lo que pasa es que después de un hecho todo el que lo relate o analice va a ser una interpretación. La diferencia entre el relato literario y el histórico es que en el literario lo absoluto es el escritor y la trama y en el histórico lo absoluto es lo que pasó, que se perdió. Pero en tanto la Historia intenta reconstruirlo, en esa reestructura hay una composición, una arquitectura de palabras, hay creación de imágenes, búsqueda de adjetivos, etc. La Historia está necesariamente atravesada por la imaginación, inherente a la reconstrucción.
Y de dudas, sobre todo. Ese margen de incertidumbres que reina en ese juego de diversas versiones y formas, porque una manera de contar puede transformar radicalmente una historia. Esto se ve en Gibbon o en cualquiera de los grandes historiadores. Una manera de contar es una manera de falsear la historia. Y hay muchísimos métodos para hacerlo. Todos los que leemos los libros de historia, no profesionalmente sino por la necesidad de saber los hechos, nos encontramos con la variabilidad de los elementos que confluyen para producir un hecho histórico. Puede ser cualquier cosa. Y a veces las verdaderas causas quedan como enigmas. Porque la historia es un género de ficción, pero ficciones de otra especie. Hay muchas cosas que no dan los documentos y que hay que imaginar. Incluso la interpretación de un documento puede ser variada no al infinito, pero por lo menos sí indefinidamente. Yo he leído siempre buscando la naturaleza de la condición humana, cuya base es, justamente, la contradicción. Estudié mucho tiempo, por afición personal, el psicoanálisis. Leía historias clínicas, leía Freud, Jung, y encontré que eran historias como las que uno escribe, solamente que sobre la base de seres con fallas en su integridad mental.
- Así es, le dije a Losada, que era el editor: “Quiero que este libro aparezca sin el nombre del autor”. Él, asombrado, respondió: “¡¿Cómo?!... es contra la ley, alguien tiene que hacerse responsable, usted no va a querer que yo me haga responsable”. Yo quería que apareciera sin nombre, sin seudónimo, sin nada, en el estado abyecto que nace cada ser humano. Lanzado al estado de desamparo absoluto. Pero no fue posible, muchos de estos sueños literarios no se cumplen.
“El compilador trabaja por delegación y encubrimiento porque sabe que, paradojalmente, la verdad no puede ser revelada sino ocultándola o filtrándola a través de las sutiles mallas de la ambigüedad y la mentira. El oficio del escritor de ficciones es un trabajo de refracciones materiales y metafísicas”. (de Autopercepción intelectual).
- Todavía sí, pero son temas que están esperando un supuesto momento de inspiración y de entusiasmo. Muchos de estos temas se fueron diluyendo, o mezclándose con otros.
- En el hecho, permanente en mí, de creer que gran parte de la famosa realidad concreta son fenómenos de espejismo, de refracción. La mayor parte de las creencias, incluso de las religiones, brotan de aspiraciones que han sido truncadas o negadas por la Historia misma y se han bifurcado, roto en varios fragmentos. Esa especie de reverbero de los cristales rotos, un gran espejo cósmico que no se llegó nunca a unificar. Usted no debe olvidar que está hablando con un inventor de ficciones. Yo supe enseguida que no podía ser historiador, porque me encanta modificar las situaciones, de acuerdo al momento en que yo estoy tomando contacto con ese hecho histórico o con las opiniones de un autor determinado. Me cuesta mucho leer una historia, en el momento de hacerlo yo ya estoy transformándola, en varias versiones simultáneas, que compiten y que incluso se niegan entre sí.
- Sí, y tuvo mucho éxito. Yo creí que no lo tendría, porque era un texto difícil como novela. En la versión teatral traté de superar esa dificultad de lectura que tenía la novela. Desaparece la voz en off y los personajes se presentan a sí mismos.
- Sí, porque el lector no se esconde pero se desdobla en los personajes. Por ahí es que siempre me impresionó esa frase de Bernard Shaw que dice que el escritor, si es auténtico, debe ser el más infame, pero también el más noble de sus personajes. Y claro, ese arco que va de la infamia a la honorabilidad, o del bien al mal, no aparece en una narración pura, en la que solo predomine la belleza absoluta o el bien absoluto, o la justicia plena. La realidad está hecha de contradicciones, es dialéctica.
- Es que no desde Marx, sino desde mucho antes, desde los griegos, rige ese principio. La realidad toda se compone de fases, de momentos, de contradicciones.
- Como teoría y filosofía política siempre me interesó mucho el marxismo. Y el argumento que yo tenía contra los comunistas, sobre todo los de mi país, era que ellos no eran marxistas. “Ustedes son stalinistas, son partidarios del que vino a destruir todas las teorías de Marx, yo no puedo tener respeto por ustedes, pues son falsificadores”. Claro, eso les dolía mucho, pero no tenían argumentos para rebatirme, tampoco. Siempre me atraían al Partido Comunista, y yo les decía que no podía estar con ellos, “salvo que puedan ustedes registrarme, ya de entrada, como traidor, porque si entro al Partido Comunista, entro como traidor potencial”.
- Habría que situar, porque izquierda y derecha hoy ya no significan nada. Y depende un poco de qué se quiera entender por izquierda y por humanista. Yo volvería a los viejos términos “progresista” o “reaccionario”. Porque yo de izquierda no sé si soy, pero quiero ser progresista. Quiero que la Historia avance y no retroceda.
- Deseo el avance, pero que tenga una dirección no se puede saber, porque es tan vasto el problema, de dimensiones tan enormes. Porque en la Historia hay un juego inevitable de contradicciones y no se puede saber cuál de esos elementos tendrá primacía.
- Un poquito más allá y un poquito más acá de las dos cosas. Es que no creo mucho en las definiciones, me evado siempre de ellas, porque aceptar una definición es someterse a una presión, a una determinada imagen o filosofía, y a mí me gusta lo que fluye. Nunca se puede saber qué roca, qué pedregullo puede desviar el avance del agua. Para mí la imagen de la vida es la afluencia del agua. Y la fuerza del fuego. Indudablemente, son claves de mi cosmovisión.
“No cayeron tumbadas por las balas,
se inclinaron tan solo hasta la tierra.
Madres adolescentes, centenarias abuelas,
toscas mujeres, madres suaves,
piedra humana doliente,
leve corteza
germinal.”
(de El naranjal ardiente)
- La democracia, el sentido de igualdad de posibilidades para todos. Posibilidades: no creo mucho en lo que establezcan desde los principios las diferentes cuotas del poder. Yo defiendo siempre a la mujer. Yo soy partidario de la mujer como el ser por antonomasia superior en la creación humana. Por el simple hecho de su superioridad biológica: mujer dadora de vida. El hombre es un polinizador: el insecto que se posa, deja polen y se va. La mujer es la que queda y da vida. La defiendo, además, porque la mujer es la protagonista absoluta de la historia del Paraguay. He visto en las sencillas mujeres de pueblo, en mi propia madre (para mí el ejemplo mayor), el poder espiritual y físico, la resistencia, la tenacidad, la paciencia, la capacidad de esperar y de esperanza que tiene como superior la mujer frente al hombre. El hombre me parece por definición el ser dubitativo, débil, que depende de la mujer. Uno de los grandes sofismas de la Historia es haber creído en la superioridad del hombre, simplemente por su mayor poder físico y el avance histórico derivado de su inventiva de máquinas y elementos técnicos. Sin la mujer esos avances no hubieran podido realizarse. Si entro en política en Paraguay voy a defender la candidatura de la mujer como gobernante.
- Tengo muchas ofertas, pero… la experiencia me ha hecho tener los ojos muy escrutadores, ya nadie puede engañarme con respecto a lo que me interesa a mí. Respecto a lo demás yo me dejo engañar, un poco por deporte. Me encanta que me engañen. El día que yo vea sentada a una mujer en el sillón de López, ese día yo voy a creer que ha empezado la democracia en el Paraguay. Porque hasta ahora de democracia no veo ni siquiera el trapo.
- ¡Distinto! Yo no me siento tampoco inventor de un partido, pero creo que no podría funcionar en un partido tradicional o tendría que formar mi propio partido, o hacer que se incorpore a un nuevo movimiento ya en marcha. La política en sí mucho no me interesa, porque concurren en ella tantos factores de incertidumbre y de negación en la política cimarrona que practicamos todavía aquí en América. Aunque no es privativo de América, en Francia, donde he estado mucho tiempo, he visto como la política sigue siendo una ficción, valiosa, porque de todas maneras es un camino, pero uno que no aporta ningún sentido.
- Me cuesta mucho hacer ese salto de la modernidad a la posmodernidad. No creo que haya rupturas ni fronteras entre ambas, creo que se continúan y a veces se contradicen, de manera que algunos elementos de la modernidad están todavía más claramente definidos en la posmodernidad. Y que la posmodernidad no es más que una cobertura óptica para disfrazar esa presencia.
- Representa la inteligencia francesa en su mayor expresión, pero también en su mayor debilidad. Porque para mí la definición del hombre sabio es su debilidad. Porque un mundo hostil, tremendo como este burla totalmente la inteligencia de los hombres. La inteligencia más capaz no puede abarcar las miríadas de elementos que están jugando en los procesos. Yo creo que no hay una inteligencia capaz de percibirlos y reunirlos todos como elementos de un proceso. Por lo menos queda el beneficio de la duda, “en la duda, abstente”, decía un viejo refrán.
Yo no quisiera que se tomara todo esto como una expresión de negatividad o de oposición. Simplemente hablo desde mi propia obsesión, que es la de que por fin se restablezca el pensamiento crítico auténtico. El pensamiento crítico es, justamente, discernir los diferentes elementos en juego y hacer que las cosas funcionen por sus leyes naturales. Todo responde a mecanismos muy precisos, que tienen sus leyes, y ninguna mente –por excepcional que sea– puede disponer de la sabiduría de abarcar todas las leyes. Esa es la debilidad que le señalaba.
- Nosotros carecemos totalmente de pensamiento crítico en Paraguay, esto es una rémora terrible que nos ha impedido progresar. No sabemos distinguir. Para mí esto se ve a través de nuestro destino: Paraguay es un país condenado a la extinción. Algunos han interpretado esto muy mal, como si yo predicara el fin del Paraguay. Es que este es un país que ha venido desmoronándose, un pedazo de la Provincia Gigante de las Indias, hasta llegar a lo que es hoy. Lo que queda es apenas la choza de los primitivos moradores. La extinción no supone la desaparición, supone la transformación en otra cosa. Ya quisiera yo que Paraguay se convirtiera en un estado brasileño, para desde ahí ser paraguayo.
- No, sobre todo porque las noblezas auténticas de nuestros países se han descuidado en esa especie de escala de eficiencias y deficiencias de las actividades humanas que nos rige. Esa es nuestra fuerza, nuestro poder. Yo creo que un proceso que carezca de fuerza espiritual está condenado al fracaso. Y acá se ha tendido a reforzar los elementos no espirituales sino pragmáticos y utilitarios y esos son justamente los que están condenados siempre a perimir.
- Son coincidencias que no tienen relación entre sí.
- Sí, solo de manera cronológica en mi espíritu. La muerte de Campos Cervera, mi gran amigo y poeta, fue terrible para mí… yo escribí un poema dedicado a él que decía: “Quede mi mano de poeta clavada sobre tu cruz para siempre”. Así terminaba el poema, y tomaba a la vez una decisión. Pero mucho antes yo ya había perdido la fe en mi poesía.
- Esa es una versión del Génesis guaraní, de los apapokura, que son una etnia especial derivada del tronco guaraní primitivo, que están en Brasil. Poseen un génesis muy hermoso, que tiene similitudes extraordinarias con la Biblia, incluso en cuanto a su construcción estructural. Lo que yo hice en ese libro de poemas fue escribir una versión en lenguaje moderno de ese Génesis guaraní, sin incurrir en la antropología ni en la analogía. Pero no considero que sea poesía y mucho menos mía.
- Porque descubrí que yo no era poeta y de pronto me encontraba cercado por enormes poetas de América y me preguntaba ¿qué es lo que puedo repetir aquí? Tenía que hacer otra cosa. Me licencié por voluntad propia como poeta. La poesía paraguaya actual es excelente, especialmente la poesía realizada por mujeres. En Paraguay no ha surgido un solo poeta varón, nuevo. En cambio, toda la producción poética está cubierta por la mujer, y han llevado la poesía paraguaya a un nivel continental. Los hombres no han atinado a renovarse, siguen escribiendo una poesía repetida, con frases hechas.
- En la novela. Sobre todo porque la dimensión ahí la da el tema mismo. Uno puede hacer, por supuesto, una novela microscópica, pero en el proceso normal la novela tiende a una mayor expansión. El cuento breve puede ser una joya de orfebre en cuanto a su condensación, realmente el cuento también me gusta mucho. Se pueden hacer cuentos muy breves y novelas muy largas, lo que no creo que pueda hacerse son novelas en dos tomos, por ejemplo, o en veinte volúmenes, como Balzac. Este es otro tiempo, con el signo de otra época y otras condiciones de lectura.
- No puedo escribir por encargo, todos los encargos que he recibido han fracasado, o han salido obras muy mediocres. Es que el verdadero acto de escritura está asistido por impulsos imprevistos, difíciles de programar. Es una etapa de tensión interna que derivaba en un poema (antes) y lo hace en textos novelescos (ahora), textos que están construidos desde el ángulo de la poesía y no de la prosa.
- Sí, algunos críticos lo han percibido, y saber que se nota me ha alegrado. Es que yo no la he traicionado nunca a la poesía, en realidad no la he abandonado, simplemente la he trasladado de casa, como hace un amante atento con su querida: llevarla a sitios cada vez mejores.
- Cuando estaba escribiendo Yo El Supremo había entrado en una especie de trance, de locura, había perdido el concepto de la realidad. No sabía si era de noche o de día, si ya había comido o si hacía varios días que no comía. No sentía sed, no tenía sueño. El exorcismo se produce, pero los resultados a veces son negativos. El tema del Absoluto, o el de la acción del mal sobre la sociedad, por ejemplo, tienen posibilidad de expresión en multiplicidad de temas y de enfoques y uno se exorciza en busca de su mejor camino. Pero este a veces no aparece, porque se empantana uno por el camino y tiene que volver y rehacerlo. En muchas de mis obras me ha pasado, esta última, El fiscal, la he hecho tres veces.
- Sí, porque al dejar una versión inconclusa, pero que quizás tiene momentos que son excelentes, le viene a uno la tentación de saquear aquello que dejó. Hay allí una contradicción que empobrece, entonces lo mejor es empezar todo de nuevo.
- No, porque una de las ventajas de no ser muy conocido es esa: pasar inadvertido.
- No si uno piensa en valores como García Márquez, Onetti o Borges, esos son escritores más conocidos que yo en dimensión mundial.
UNA ESTATUA DE SAL
- Me gusta mucho. La suya es una angustia auténtica, es la pulsión más profunda del hombre actual. Refleja esa impotencia tremenda ante cosas que se van produciendo de manera vertiginosa y ante las cuales uno tiene un escaso poder de influir.
- Hubiera sido la oportunidad… Son tantas las reflexiones que pueden hacerse sobre la escritura y el estilo. Una de las cosas que yo me he dado cuenta es que las transformaciones que uno va experimentando a lo largo de su trayectoria vital, humana, van cambiando el estilo mismo. El de reaccionar y el de ficción. Yo siento que en estos veintidós años en Buenos Aires, primero, y otros veintidós en Europa, ya no soy el mismo, ya no estoy escribiendo en lenguaje paraguayo, sino en un lenguaje del exilio.
- Es difícil hacerlo, es una mezcla de angustia y desesperación por el regreso. Y el regreso es un poco el drama bíblico de la mujer de Lot: si uno vuelve el rostro queda petrificado. Pero a esto se le suma el flujo de la vida, el latido de la vida, que nunca cesa.
- Ha sido lo que ha terminado por cerrar una etapa de destrucción histórica que tiene más de cien años en Paraguay.
- Cerrar significa acabar con un estado de cosas que se venía repitiendo de manera casi idéntica a lo largo de las diferentes dictaduras. Yo fui exiliado no por Stroessner sino por la dictadura anterior, la de Morínigo. La de Stroessner no hizo sino cambiar algunos aspectos, reforzar los resortes autoritarios del poder dictatorial. Creo que esta etapa se ha cerrado porque no se volverá a repetir sobre esos modelos de dictaduras militares.
- Yo me temo que la construcción de la democracia, tal cual la soñamos –desde Rousseau hasta nuestros días– es siempre una tarea bastante difícil. Pero si vamos a entenderla como la aspiración de crear regímenes donde haya posibilidades iguales para todos, debe buscarse sobre todo que se restablezca la paridad entre el hombre y la mujer, elemento fundamental para el avance de la democracia. Tiene que haber una alianza y una transformación mutua de los géneros para que nuestras sociedades puedan funcionar con mayor vitalidad.
- Es una obra que escribí directamente para el teatro. Traté de expresar en ella las dualidades de lo social y lo humano, así como la de lo femenino y lo masculino. En este caso, a través de la situación de un régimen como el de los jesuitas, que fue un caso de colonización, como cualquier otro, solo que más atemperado y con un contenido religioso. Me interesaba mucho, en esta era de extinción de valores, incluso de sentidos con respecto a la vida y a las sociedades, que estuviera presente también la población indígena. Yo he leído obras con respecto a los jesuitas basadas exclusivamente en discusiones teológicas, encerrados los jesuitas en el Colegio Mayor de Córdoba, por ejemplo. Allí no aparecía en escena siquiera la pluma de un indígena. Me pareció que eso era brindar una versión demasiado parcial. La discusión del poder solamente consigo mismo no puede dar ritmo ni fuerza teatral. Entonces busqué el juego de oposiciones y en esta obra hago entrar en escena la ciudad indígena, con todo lo que tiene como fuerza creativa. Quise también mostrar las falencias de las instituciones muy poderosas que están apoyadas en la idea de Dios, como es el caso de la Compañía de Jesús. Sin dejar de ver sus aspectos positivos: en doscientos años de preeminencia del poder jesuita, nunca hubo un solo acto de abuso a la mujer indígena. Eso es extraordinario, porque en cualquier otro régimen la primera víctima es la mujer.
- Sí, los jesuitas tienen aristocracia del espíritu, pero puesta en Dios, no en la nobleza terrena.
- Claro, porque desde el momento en que uno trata de escapar de los límites estrictos al representar una acción, una historia o un personaje, en la ficción existe un gran margen de libertad, para que el personaje recobre su soberanía como personaje o la acción su fuerza como acción. Uno como escritor está siempre como dando cuerda, y la literatura, de lo que trata, en realidad, es de crear organismos vivos. Aún dentro de la letra muerta que es la escritura.
- Hace más de dos años, desde que regresé a Paraguay, que no he escrito más, salvo artículos para diarios sobre realidad actual. Después vi que no hay ninguna resonancia real, que se está en las cuestiones puramente anecdóticas o de facciones. Porque no hay verdaderos partidos, entonces ¿para qué escribir para los facciosos?
- Una mayor civilización, contenido de ideas políticas y proyectos de transformación.
- Si, le falta. La gente está muy en el día de hoy y cuando proyecta el día de mañana solo busca captar el poder para hacer lo mismo o peor que el anterior gobierno. Por eso yo soy refractario total a la política actual del Paraguay, con o sin dictadura, es lo mismo. Porque los candidatos supuestamente democráticos no tienen nada que envidiar a los dictadores.
- Como sombría. He tenido que dejar tres hijos míos, con lo que eso supone de orfandad paternal terrible, irrecuperable. Ha habido una serie de desinteligencias con mi exmujer. Le ocurre a todo el mundo, no es un privilegio especial el mío. Uno empeora o se transforma, yo me he transformado a partir de esta última experiencia: quiero más a la gente, estoy más ligado a una concepción de progreso humanista, no solamente tecnológico.
- Eso es lo que me hace tomar esto simplemente como una prueba, como si alguien dijera: “Vamos a ver si efectivamente estás en condiciones de resistir” y bueno, no solamente he resistido sino que estoy mejor para nuevas enunciaciones. Me rodean mucho: viene gente joven, mucha gente de pueblo, del interior, yo trato de infundirles ánimo cuando me cuentan sus cosas, porque me parece que nuestras sociedades están demasiado atosigadas de angustia, de violencia de encono. Yo creo que el deber de un intelectual, de un artista, cualquiera sea su posición, es el de contribuir a mejorar la situación de entendimiento entre los seres humanos, sin que eso suponga la retracción de sus propios ideales, sus propias maneras de ver. Yo digo que hay dos cosas que constituyen un crimen si se los comete: sacar la fe de los creyentes y sacar la convicción política de alguien, que realmente está jugado para la causa.
- Por supuesto. Yo jamás me propondría debilitar la fe de un creyente, de ningún tipo de creyente, por ningún motivo, al contrario, tratar de afinarla, de que su fe tenga un fundamento más profundo.
- Sí, soy creyente. Yo creo que hay fuerzas poderosas que tenemos que llamarlas de alguna manera, como divinas o como gestas humanas. La concatenación de hechos de la historia en sí misma está demostrando que hay hechos que superan totalmente la mera dimensión humana. Pero si me preguntan si hay Dios… yo no puedo decidir sobre eso, porque la idea de un Dios perfecto no cabe en mi cabeza. Debe existir, yo doy por hecho eso, pero yo no lo puedo concebir. Así como no puedo concebir, en términos matemáticos y físicos, la distancia de una estrella que está a tres millones de años luz, por ejemplo. Si eso es una mínima partícula de lo que puede ser la dimensión del Dios verdadero, ¿cómo va a entrar ella en nuestra imaginación? Dejemos que exista la fe, pues, ya que no podemos combatirla.
“Se mandó llamar a Artigas que dicen que sabe curar con yuyos. El General de los Orientales vino de su chacra trayendo una carretada de yuyos de todas clases. Espátulas de melecinas. Un pomo de Agua de Ángeles de extremado olor, destilada de muchas flores diferentes como ser las de azar, jazmín y murta. Vio y trató al enfermo. Hizo por él todo lo que se sabe que sabe hacer el asilado oriental”. Más adelante agrega: “Don José Gervasio Artigas midió el espacio que va de los dedos de una mano a la otra, que es la misma distancia que hay de pies a cabeza. Pero encontró que la hilada correspondía a dos hombres diferentes. El ex Protector de los orientales movió la cabeza. Este no es mi amigo don Francisco Alarcón, dijo. ¿Y entonces quién es?, preguntó el cura. No sé, dijo el general, y volvió a su chacra”. (de Yo El Supremo).
- No. Don Amadeo Bompland dejó la tradición de la medicina naturista en Paraguay. Como no había en ese tiempo una farmacopea moderna, ni médicos, ni boticarios, las curaciones eran de tipo naturista. Y el poder político muchas veces se asociaba al poder de curar. A mí se me ocurrió que Artigas, al que yo no podía concebir como un hombre inactivo, y al que visualizo siempre en relación con sus semejantes, siempre en situación de dar (desde su talento de estratega político hasta su concepto de una América grande, cual constelación de pueblos), ya que estaba reducido allí a la impotencia, no le quedaba más remedio que curar a la gente. Y la única manera que tenía de curar a la gente era con los yuyos que abundaban y que aún abundan en esa región.
- Es una forma de resurrección pero también de afirmación y de expresión personal, es decir: él toma una actividad que lo expresa, que es la curación, cualquiera sea el medio, en este caso las hierbas, los yerbajos. Por otra parte, ese “no sé” no es una duda, sino una opción que él toma. Él no cura lo que no sabe. Él no hace sino lo que sabe.
- Bueno, no era tan así, porque realmente el asilo de Artigas era una prisión. Porque desde el momento en que él pide asilo y el otro lo confina, el confinamiento es una figura penal también en la vieja ley paraguaya. Confinar a un determinado personaje o figura política era sacarlo del medio, porque a Artigas se lo envió al otro extremo del país, a casi 400 km. Deduzco que el Dr. Francia quería evitar todo problema de tipo político, porque él estaba en la tarea ardua de construir las murallas en el Paraguay, que eran sus grandes selvas y ríos. Quería evitar todo problema político con los orientales, y lo envió donde no pudiera ni huir ni volver. Además, así conjuraba el poder del propio Artigas: allí estaba alejado del mundo político de Asunción y también de sus compatriotas.
- Sí. Pero hay que tener en cuenta otros elementos de tipo político y psicológico. Yo siempre trabajo con oposiciones, como en matemáticas, en este caso la oposición Bolívar-Artigas. Gaspar Rodríguez de Francia no lo quería nada a Bolívar, que había amenazado con invadir el Paraguay para liberar a su amigo Bompland, el sabio naturalista. En cambio, Artigas ya no representaba una presión sobre el Paraguay, a la vez que veía en él una fuerte personalidad. Opuesta a la suya, pero de igual fuerza. Artigas era (según yo lo siento más que lo sé) un hombre sereno, tranquilo, de una fortísima personalidad, de una excepcional calidad humana, también como gobernante, como dirigente de masas populares. Y eso le impresionó seguramente a Francia.
- Sería uno de los motivos. El otro sería quizás el temor, por parte de Francia, de que Artigas se convirtiera en un elemento de tensión política para los dos países. Pero como Paraguay siempre fue víctima de los avances portugueses, luego brasileños, que fueron los que se llevaron la mitad del territorio después de la Guerra del 70, también es muy posible que lo haya puesto allí como un abanderado de la neutralidad, del statu quo.
Es posible. Francia era muy celoso de la integridad total, absoluta. Hay allí un sentimiento religioso, porque en el fondo, aunque Francia era un ateo irredento, tenía también una fe irremediable. Él había sido seminarista en Córdoba. Su personalidad estaba tejida con varias hebras, entre las cuales yo creo que una de las más notorias es esa especie de negación de fe como una manera de fe.
- Sí, su mayor obsesión.
- No lo sé, lo habré sacado de alguna información, que no sé si está documentada o es simplemente un rumor que corría por entonces.
- No.
- ¡Ah! Yo leí muy poco. Si hubiera leído mucho no hubiera podido escribir. Yo tomo dos o tres líneas centrales de la personalidad, la trayectoria o de la historia humana o política del personaje y después sobre eso invento. Porque yo no hago historia. La historia es un modo de ficción aún más falso que la ficción verdadera, porque con los mismos documentos que se escribe un hecho histórico determinado se pueden escribir acontecimientos totalmente opuestos. Para mí la historia no es una ciencia. Es un juego de azar, encontrar documentos pertinentes para sustentar cualquier clase de teoría.
- ¡Sí! Me gusta mucho, confirma lo que yo pienso: la historia es un género de ficción, solo que con el elemento novelesco de que utiliza documentos para fundamentar sus afirmaciones.
- Eso es fingido.
- Es que para justificar la mentira hay que decir de vez en cuando una verdad, sino nadie la cree.
- Sí, porque él también se comportó así. Su método de gobierno era el de las contradicciones, el de las dualidades y a veces, el de la multiplicidad de elementos de juicio. Porque no agotaba una investigación, por ejemplo, desde el punto de vista policial o político, sino, simplemente, tomaba los elementos centrales y después decidía. Él tenía el poder para hacerlo. Y el escritor, a su modo, es un Dr. Francia de la imaginación. Lo que niega que fuera admirable desde el punto de vista estratégico y en función de época. Porque el Paraguay estaba acosado, como país mediterráneo era presa muy codiciada por los vecinos de alrededores, y tenía que extremar las medidas de seguridad para hacer respetar y preservar esa unidad nacional que para Francia era realmente importante, esencial, porque no tenía aliados, no tenía defensa. Hay que ver que es uno de los pocos gobernantes autoritarios latinoamericanos que no tuvo, ni buscó aliados. Él siempre veía enemigos. Orientó su acción para adelantarse a las posibles agresiones y en ese sentido fue bastante profético porque lo que ocurrió después le dio la razón: el país fue despedazado y fragmentado cuando perdió su unidad nacional a raíz de la derrota en la Guerra del 70. Lo cual confirma, en cierto modo convencional, el hecho de que Francia tenía principios que se basaban en conceptos absolutos. No hay que olvidar que él fundó para sí una religión que era la unidad nacional y la intangibilidad del país por las potencias circundantes o ante las variadas presiones del exterior. Variadas porque no existía todavía el imperialismo norteamericano, que vino a absolvernos de un montón de preocupaciones.
- Claro, y terminó con la incertidumbre. En ese tiempo se manejaban con incertezas. Francia era consciente de su poder pero también de sus debilidades. Tenía que compensarlas de alguna manera. Yo creo que muchos de sus actos, que parecen contradictorios o absurdos, se basaban un poco en esa obsesión que tenía él de que no hubiera fisuras en ese poder que trataba de imponer sobre el país y a los enemigos del país.
- Sí, creo que es fatal. El que exista un poder absoluto, una dictadura auténtica, genuina, como la de Francia, obliga a ver la falta de medios, a jugar con la incertidumbre. Francia es consciente de esa debilidad, incluso de lo precario de su ejército. Y suple eso con elementos de poder personal que proyectaba a su alrededor. Él vivió la fascinación de ese poder absoluto, como poder recoleto, propio de monasterio. Ese poder aislado ya supone un elemento esencial de soledad, él no podía tener un copiloto, tenía que ser él y nadie más.
- Yo creo que la soledad de Artigas se debe a que él se sintió incomprendido por sus compatriotas. Seguramente él tenía una profunda indignación metafísica con respecto a que sus contemporáneos, sus compatriotas, no comprendiesen lo que para él era meridiano. Es una suposición mía, no tiene nada de sólido.
- Desde hace mucho tiempo tengo esa idea, incluso antes de Yo El Supremo había dos personajes a los que me interesaba mucho transformar en historia novelada: el mariscal López y Artigas. Como dos elementos contrapuestos. Pero no me quedó mucho tiempo. Mi vida ha sido muy incierta, siempre a trancas y barrancas. Tuve que trabajar arduamente para sobrevivir, tanto en mi país como después en el exilio. Yo no sé de dónde saqué tiempo para hacer toda esta obra. A veces me pregunto cómo pude hacerlo. Creo que por la energía de la juventud y la que viene de las aspiraciones profundas, de expresión. Que en el caso del escritor ya no es la necesidad de expresión personal, únicamente, sino la de interpretar la expresión colectiva. O, por lo menos, no traicionarla.
- No, es un suplicio que viene del Código Napoleónico. Yo lo aplico imaginativamente en la novela, Francia no lo aplicó realmente. La condena a remo perpetuo en Paraguay se imponía, imaginativamente para mí, por ser el país de los grandes ríos. El país hidráulico le llamaba yo. Esto del remo perpetuo no lo imaginé yo, me lo dio la realidad misma del país. Uno de mis deportes favoritos fue el remo, desde muy pequeño. Fui campeón de remo en el colegio, incluso. Tengo todavía unos músculos de acero en los brazos, nadie me gana en pulseadas. Una ocasión, en una de esas excursiones que yo hacía, en uno de los vericuetos laberínticos de los ríos con sus afluentes, sus riachos, me perdí y estuve como tres o cuatro días vagando sobre el agua, sin alimentos, cercado por yacarés. Me pareció entonces que ese viaje por agua en Paraguay era mucho más peligroso que el viaje por tierra, porque hay más caminos de agua que caminos de tierra en Paraguay.
- Sí, por supuesto.
- El hombre que arrastra un cadáver hasta un baldío, en el que encuentra un niño recién nacido entre el basural y lo ampara y se lo lleva. Es por la condensación. Es un cuento muy breve, entonces está dado el tema a una enorme expresión. Probablemente en esa su fuerza, además de la simbología muerte-vida. Porque el eje significativo, creo yo, de toda mi obra es esa oposición entre las leyes de la vida y las leyes de la muerte, ese duelo perpetuo en el que siempre triunfan las leyes de la vida. Porque siempre hay una resurrección.
- Por lo menos hasta que la historia no pruebe lo contrario… No es solamente optimismo. Es terrible ver a una persona que uno conoció de joven y verlo luego en la vejez. Es como si hubiese sufrido mil transformaciones. Desde el punto de vista del aspecto físico y en sus condiciones psicológicas y morales. ¿Comprende? Yo viví toda mi infancia en medio de la naturaleza. Y vi cómo ella se encarga de reponer los deterioros, cosa que no ocurre con el hombre.
AUGUSTO ROA BASTOS , EL GRAN NOVELISTA QUE NOS VISITA
Pensando el poder
Viene a presentar el final de su trilogía, dedicada a un asunto que es su obsesión: el poder, monolítico y absoluto, que lo llevó al exilio y al peligro.
Por VICTORIA VERLICHAK
El paraguayo Augusto Roa Bastos (76) dedicó más de 30 años de su vida a pensar y escribir sobre el “monoteísmo del poder”. “Una expresión que pertenece a Nietzsche pero creo que aún hoy define muy bien la esencia del absolutismo del poder”, dijo a NOTICIAS desde el hotel Guaraní, en Asunción del Paraguay, días antes de llegar a Buenos Aires, el lugar que lo marcó, definitivamente, a lo largo de su fecunda vida y en donde presentará el próximo 14 de octubre su última novela El fiscal, editada por Sudamericana. Sus meditaciones sobre el poder recorren una geografía y una historia que, aunque concretas, sirven de símbolo de las miserables ambiciones y de la dinámica disparada por algunos “elegidos” en otras latitudes.
Su previo paso de más de un mes por el algo más libre Paraguay de hoy no obedece a honor ni protocolo alguno. Fue a trabajar. El escritor, que vive en Francia, está profundamente comprometido con el arduo camino hacia la democratización de su país natal e impulsa allí un programa de edición y difusión de libros para la niñez y la juventud.
Cuando en 1989 se hizo acreedor del prestigioso Premio Cervantes de Literatura, con los más de u$s 100.000 recibidos de manos del rey de España, Roa Bastos instituyó Fundalibros Cervantes que nuclea más de 300 clubes de estudiantes y provee libros, material audiovisual e imprentas a miles de escuelas. Cuando comenzó este proyecto, que cuenta con el patrocinio de las Naciones Unidas, encargó una encuesta que confirmó que la cantidad de lectores de literatura se mantiene igual desde hace cincuenta años. Esto ocurre en un país que tiene una cultura totalmente oral y que, según sus palabras, llegó un siglo más tarde a la escritura de la novela.
El sobresaliente e internacionalmente consagrado autor de novelas, cuentos, poesías, guiones cinematográficos y obras de teatro, que alguna vez fue cantor, es, además, un destacado periodista y catedrático. Shumko, Alias Fardelito, Don Segundo Sombra son sus guiones más representativos.
Pero, por sobre todo, su lírica e íntima narrativa en torno del “monoteísmo del poder” le ha valido la presencia y el alto lugar que hoy ostenta en las letras del continente. El fiscal, junto a Hijo de hombre (1960) y Yo El Supremo (1974), forma parte de la trilogía que reflexiona sobre el embriagante poder que sedujo a xxxx déspota.
La obra central del escritor, crecido en el campesino pueblito de Iturbe, está más vigente que nunca en estos tiempos en que huracanados vientos de cambio recorren el mundo y pueblos enteros convertidos en fiscales destronan a los poderosos mientras hay -¿y habrá siempre?- quienes se encaprichan en retener lo que solo pertenece a todos.
“El despotismo es siempre unipersonal cuando un falso líder –casi siempre mediocre y paranoico– logra poner al servicio de sus intereses personales el poder del Estado. No hay tirano que no surja sentado sobre las bayonetas y haciendo tabla rasa de los derechos humanos, naturales y sociales”, afirmó firme pero gentilmente.
La vida y obra del escritor son paradigmáticas del ejercicio de muchos intelectuales latinoamericanos. En este caso, Roa Bastos piensa y escribe alejado de lo panfletario y cercano de la libertad y las preocupaciones sociales y culturales de la sociedad que lo vio nacer.
Roa Bastos fue perseguido por el régimen de Alfredo Stroessner a lo largo de las décadas y debió exiliarse en la Argentina en 1947, donde vivió y trabajó durante casi 30 años, hasta partir hacia Francia ante el advenimiento de la última dictadura militar en 1976. Desde entonces, regresó a la crucial Buenos Aires varias veces de visita, siempre agradeciendo a la ciudad en donde sobrevivió, fue feliz y aprendió “de golpe el sentido de la vida, de mi vida”.
“Traté de hacer de mi largo exilio un proceso interior de aprendizaje, casi iniciático –dijo con franqueza–. En esta nueva nación del mundo, el exilio fue una valiosa experiencia, la mayor quizá de toda mi vida, la más positiva: me encontré a mí mismo”.
El año pasado vino a su amada Buenos Aires –“aquí empecé a escribir, aquí hice mi obra… siento de verdad que soy un hombre de Buenos Aires por adopción”– para presentar Vigilia del almirante, la narración “ahistórica, acaso antihistórica” del mítico viaje de Colón a América.
La maravillosa novela del Almirante, publicada después de dieciocho años de silencio, fue inesperada. Todos aguardaban la aparición de El fiscal que, por fin, vio la luz ahora luego de padecer mutaciones radicales. La historia del legendario Almirante y su descomunal aventura fue aclamada y confirmó que “la novela está más viva que nunca a pesar de todas las predicciones que se hicieron sobre su fin”.
A nivel personal tampoco está todo escrito. Actualmente vive en Toulouse con su mujer Iris, hija de exiliados españoles, y sus tres hijos más pequeños –es padre de tres hijos más de otros dos matrimonios anteriores– que ya tienen la vida armada allá pero Roa intuye que aún tiene un final destino argentino. Ricardo Piglia considera a Roa “también un escritor argentino”, parte de una tribu, junto a Hudson, Gombrowicz.
Aunque sus novelas están repletas de datos políticos e históricos, el factor dominante en ellas es “el hombre, el ser humano, naturalmente. La política es solo un emergente del hombre en sociedad, generalmente espurio y nocivo –afirmó sin dudar un instante–. Mi infancia transcurrió en el campo. No oí hablar de política hasta mi juventud en la capital, Asunción. Y entonces la política se me presentó como una alucinada aberración”, confesó el que hasta hace poco fuera profesor de Literatura latinoamericana del departamento de Español de la Universidad de Toulouse, Francia.
En los últimos años, el relevante intelectual ha sido tentado con varios ofrecimientos políticos –senador, embajador en la UNESCO– pero los rechazó todos. “Si acaso, mi militancia es con la literatura… pero nunca llegué a ser un escritor profesional… mi rol es el de un trabajador cultural”, enfatizó.
Su distancia con el ejercicio de la política no lo aleja de las circunstancias históricas y sociales de su pueblo. Por el contrario, su literatura las ha realizado al retratarlas con rigor exhaustivo. Los críticos coinciden en que su obra narrativa escrita en el exilio es, por sobre todo, profundamente tierna y humana.
“El escenario paraguayo es solamente el lugar imaginario de temas que pretenden ser universales. A partir de esa realidad en que están anclados mis raíces parto a la búsqueda de lo real desconocido, único realismo que practico, más allá de toda complacencia hacia el color local, el pintoresquismo, rasgos de los que abomino”, dijo, consciente de que la realidad latinoamericana es distinta de la de Europa pero queriéndonos separar del aluvión que acude al bastardeado y agotador -¿agotado?- realismo mágico.
En un ensayo acerca de la obra de Roa Bastos, la especialista en Literatura hispanoamericana, la norteamericana Jean Franco, destacó que aunque las novelas estaban pegadas a la “realidad” no son de “protesta”, la crudeza y la crueldad de los hechos que describen no están asociadas a un realismo prosaico sino que están mitigadas por el lirismo del estilo que deriva, en cierta medida, del uso que hace de palabras indias y del ritmo de las lenguas indígenas.
Las definiciones que, mejor que nadie, el propio Roa Bastos esbozó sobre la trilogía del poder acercan a un primer plano las cuestiones medulares que proponen. “En Hijo de hombre, el ser humano como hijo de sus obras; o la imposibilidad de la redención humana en la dimensión teológica o religiosa. Los integrismos de todo cariz creo que lo están demostrando con trágica contundencia”. La historia recorre cien años de resistencia paraguaya al poder, desde mediados del siglo XIX hasta la Guerra del Chaco. Pero no se trata de una cronología del desarrollo del drama nacional. Es la lucha de un pueblo contra una dictadura, una rebelión simbolizada en un Cristo tallado por un leproso y un tren que se mueve, progresa.
En Yo El Supremo, el narrador plantea la “imposibilidad de lo absoluto por la relatividad misma del ser humano, la cual desemboca siempre en la aberración del despotismo”. A través de distintos elementos narrativos, Roa intenta una autocrítica sobre “el poder de la escritura como mito ideologizado de la escritura del Poder Absoluto”.
En El fiscal, Roa Bastos abre la puerta a la esperanza, a “la posibilidad de que el poder del amor triunfe sobre el poder de la violencia y la violencia del despotismo”. El fiscal tiene dos historias. La novela ya estaba escrita antes de la caída de Stroessner, pero entonces “quedó fuera de lugar y tuvo que ser destruida… Esas cenizas resultaron fértiles. En cuatro meses, una versión totalmente diferente surgió de esos cambios”. Europa y América son los escenarios alternativos de este relato en donde, a pesar de todo, el amor vence.
El ánimo que guió al escritor a la apertura a las nuevas posibilidades que inaugura el libro final de la trilogía, no excluye una mirada sobre la atracción maligna que suscita el poder sobre las masas. “Creo que se asemeja bastante a la fascinación de lo monstruoso, de lo que supera y destruye la racionalidad en la naturaleza humana sometiéndola a su dictado implacable”.
Los cambios históricos producidos en el mundo derribaron muros, cambiaron sistemas, desterraron tiranías. ¿Al escritor se le cayó alguna estantería? “Sí, se me cayeron algunas estanterías, entre ellas la pérdida de fe en la literatura, en plena hiperinflación, al convertirse en mercancía en la economía de mercado. Tardé veinte años en recobrar no esa fe perdida pero convertida en una actividad en cierto modo expiatoria, pues el hombre, como novelista, siente más que otros la miserable condición de nuestra naturaleza humana: la de la especie más feroz que existe sobre la Tierra.”
Reflexiones: cuentos, poemas y otras joyas
Editora: Dra. Priscilla Gac-Artigas
Ernesto Sábato y Augusto Roa Bastos son dos de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo. Reunidos en Asunción buscaron obsesiones compartidas: el poder, la literatura, las mujeres. Se asomaron, perplejos, a las tripas de Internet. Y hasta opinaron sobre el futbolista Chilavert. En las calles de Asunción, el aire del invierno sabe a primavera. El aroma de los árboles es visible y el ruido de las calles se agarra. Paraguay tiene historia tempestuosa y clima apacible. Si no fuera así, Roa no hubiera escrito Yo El Supremo, libro lleno de las pesadumbres del poder. Pero es un libro amigo de otro libro, Sobre héroes y tumbas, que destila vendavales de locura y esperanza. Sus autores toman su herramienta, la palabra, y hablan contra viento y marea. Con 87 años, Sábato voló a Asunción por primera vez en su vida. Y fue feliz cuando vio llegar a la cita a su amigo, a quien conoció en Buenos Aires, durante alguno de los 22 años que este pasó en esa ciudad a causa de su larga huida del exdictador Alfredo Stroessner, quien durante décadas llenó Paraguay de oscuridades. Después de casi tres años de no verse, los dos ganadores, en la década de los ochenta, del Premio Cervantes –el más importante para los escritores de habla hispana–, escritores públicos y de combate, hablaron de esas luchas que los hicieron famosos, y de ideas, y de pasiones.
Roa: Me une a Sábato, el interés por la condición humana, sus misterios, su comprensión. Es lo que me gusta de sus libros, de él.
Sábato: Yo me siento de la misma raza que Roa, preocupado por su pueblo y su historia.
Sábato: Yo soy un gran piromaniaco. Me encanta el fuego. Un escritor tiene que quemar gran parte de su obra. Las cosas que no quemé fue porque mi mujer me frenó, y lo que publiqué también fue por amor a ella.
Roa: El fuego es purificador. No sé porqué un escritor quema sus escritos, pero yo lo he hecho…
Roa: Es un momento de transición. Por eso, a pesar de estar ingresando lentamente a la era moderna, todavía somos países primitivos. Las estadísticas hablan de nuestra relación con los centros de poder mundial, donde el gran poderoso, Estados Unidos, empuja hacia un determinado lugar. Tal es el caso de Inglaterra en el pasado, el país que propuso la guerra de la Triple Alianza –donde intervinieron la Argentina y el Paraguay–. Esa guerra fue producto del imperialismo inglés y, a ese imperialismo, los pueblos latinoamericanos deberíamos contestar con humanismo. Ese poder fue la fuerza que empujó la opresión y el atraso de nuestro pueblo.
Sábato: Luché por los trabajadores, por la gente que está mal, por la pobre gente. Fui y soy un reaccionario, un reaccionario de izquierda, porque siempre defendí la justicia social.
A Roa Bastos no le gustan las fotos, y, aunque pacientemente soporta el relampagueo de los flashes, no deja de señalar el hecho de que algo lo incomoda cuando las lentes capturan su mirada. “Debe ser por mi ascendencia indígena, que siento que me roban el alma”. El fotógrafo pide un abrazo entre ellos y Sábato avisa: “Che, aclaro que nos gustan las mujeres”. Ríen. Parecen dos compañeros de colegio. “La memoria no recuerda el miedo”, escribió Roa en Yo El Supremo. “Se ha transformado en miedo ella misma”. Publicada en 1974, la novela recrea –entre ficciones y detalles históricos rigurosos– la figura del doctor Gaspar de Francia, también conocido como “supremo dictador perpetuo del Paraguay”. La memoria es el miedo, y el miedo es memoria. Pero la memoria es también una ventana, una apertura al saber. Horas antes de su encuentro con Roa Bastos, Sábato se sometió a una conferencia de prensa en la que brindó una muestra exacta de su carácter. Enfrentó las preguntas con zarpas en la lengua. Un periodista insistía en las virtudes de la modernidad y la tecnología. La réplica fue un clásico sabatiano: “¿Cómo voy a propiciar esa tecnología, que está imbecilizando a las tres cuartas partes del mundo?”, contestó visiblemente fastidiado. “Yo me rebelo contra eso. La tecnología da riqueza y poder a los que manejan el mundo y tienen grandes autos y yates. Yo he luchado siempre por la gente común, para que las pobres gentes sean consideradas seres humanos”. Cuenta la leyenda que una vez los de una editorial le mandaron una computadora de regalo y él la mandó de vuelta. “Yo soy a la antigua”, sentencia Sábato, y continúa: “La ciencia trajo grandes calamidades. Es una horrible filosofía que sitúa a la técnica sobre la humanidad. Pero, ojo, lo digo con autoridad y no porque sea un resentido de las ciencias: he enseñado Física y Matemáticas y si las abandoné es porque no valoran al hombre de carne y hueso, son peligrosas”. Sábato no se anda con formalismos. “Como todos sabrán”, insistió en la conferencia de prensa, “yo no tolero dictaduras, ni de derecha ni de izquierda, porque todas son malas”. Luego se explayó sobre las bondades de la democracia: “A la democracia hay que cuidarla para que se fortalezca porque es el mejor régimen. Creo que no me equivoqué al venir al Paraguay, escucho a la gente y compruebo que las cosas están cambiando”. Entre declaraciones, homenajes y recuerdos conjuntos con Roa Bastos, Sábato se hizo tiempo para pasear. Elvira, su asistente, le recuerda que son las doce y que el día anterior se quejó por haber comido tarde. Una mujer muy bajita, que camina junto al escritor, dice que Sábato es su “abuelo adoptivo”, que lo adoptó “anoche”, casualmente. Dice Sábato: “Es simpática, como todos los enanos”.
Sábato: Es una ciudad hermosa, pero ¿sabe qué es lo que me parece terrible? Que estén haciendo edificios tan enormes. Deberían echar a los arquitectos que los hacen y buscar muchachos jóvenes que pongan bombas para que los vuelen y los hagan chiquititos. Algunos de los presentes se ríen, pero ninguno sabe descifrar si está bromeando nuevamente o si habla en serio. Coherente con sus críticas a la tecnología, Sábato comenta: “¿Cómo se llama eso, Roa? Inter…; eso, Internet. Eso que está alejando a los chicos de la lectura”. Roa lo mira con simpatía.
Roa: Es una cosa maravillosa. Tiene que ser un aparato superior a la televisión y todos esos grandes artefactos mágicos de la civilización actual.
Sábato (interrumpe confundido): Perdóname, pero si es eso debe ser algo funesto.
Roa: Nooo. Creo que se inauguró hace algunos años. Yo me puse a indagar en la etimología.
Sábato: ¿Por qué Internet? (e imposta la voz, burlándose del término).
Roa: Después de mi investigación sobre la palabra se me ocurrió contar un cuento sobre la comunicación.
Sábato (vuelve a interrumpir): ¿Che, no será un cuento lo de la Internet?
Roa: Yo creo que sí.
Sábato (pensativo): No, para, puede ser algo serio.
Roa: Depende del uso. Es un aparataje increíble de la comunicación… Creo que hay un mecanismo dentro del aparato de la Internet que conecta con otros centros que pueden ser de las antípodas… ¡Y se puede dialogar con esa gente! Me parece que se le toma con más naturalidad que a la televisión…
Sábato: Que es el opio de los pueblos, como dijo Groucho, un tipo muy divertido.
Roa: Me parece que entonces los humanos somos genéticamente drogadictos, porque también de la literatura se decía lo mismo.
Roa: No, yo no tengo oportunidad porque en mis tiempos libres trabajo con chicos a los que les enseño a escribir historias.
Roa: Me parece increíble el dominio de la mente sobre los pies, para que estos dirijan ese móvil llamado pelota y producir estrategias casi guerreras. Tiene astucia, se simula una jugada. Cuando vivía en la Argentina, seguía el fútbol de allí.
Sábato: ¿Qué si me gusta? ¡Claro! Pero ahora me molesta y no lo sigo porque todo está completamente comercializado. Ya no hay pasión y solo se trata de comprar y vender. ¡Es terrible! ¡Dónde se ha visto! El otro día, un jugador decía: “Me compró tal equipo”. ¡Es un horror! Desgraciadamente, jugar por amor al fútbol es cosa de antes. Yo era de Estudiantes de La Plata y me he llegado a agarrar a trompadas por la pasión del fútbol.
Sábato: ¿Cómo no me imagina? Yo le rompo el alma a patadas a un tipo que dice atrocidades sobre valores supremos.
Sábato (ofuscado): Claro, porque la Argentina está al día en ese horror…
Roa: Sí, es terrible que todo se maneje en comercio. Pero Chilavert es buen arquero.
Roa: No sé, a mí me regaló una camiseta suya. Me hace dudar de que sea paraguayo.
Roa: Por la manera de patear.
Sábato: Mira la palabra que sacó: “Patear”. De pata…
Roa tiene 81 años, la presión sanguínea muy alta, y una economía no demasiado acorde con su éxito literario. Dedicó muchas horas diarias a la confección de un compendio enciclopédico con los 100 textos fundamentales del Paraguay. “Es el primer trabajo de estas características que se realiza en mi país, y no es extraño, porque los regímenes dictatoriales que nos gobernaron durante tantos años han oprimido especialmente la cultura y la educación”.
Roa: El cambio es gradual. Recién ahora estamos tomando conciencia. Sabemos que debemos entrar en la modernidad, porque si no corremos el riesgo de desaparecer. Y, en ese aspecto, Paraguay siempre estuvo enfrentado a su propia extinción, oscilando entre la construcción y la destrucción permanentes. Todo eso fue remachado desde el autoritarismo del Gobierno dictatorial y repercutió, obviamente, en la salud, en la educación, en todos los aspectos cercanos al bienestar de la gente.
Roa: Como todos los países de escasos recursos, tiene problemas en su sistema educativo porque este requiere una fuerte inversión. Ahora se está planteando una reforma educativa que, a mi parecer, es enormemente perjudicial.
Sábato le interrumpe muy interesado: “¿Sí? ¿En qué consiste? La educación es decisiva…”
Roa: El problema principal es que se le da primacía al sentido utilitario de la cultura.
Sábato: ¡Y claro, eso es una porquería!
Roa: Eso crea valores falsos con respecto al éxito. No se toma en cuenta la calidad de los conocimientos adquiridos. En el Paraguay hay una gran necesidad de hacer algo por la cultura porque, por ejemplo, los libros son muy caros. Nuestro sistema educativo es bastante arcaico y, como aquí hay dos lenguas (el español y el guaraní), se hace más complejo sostener ciertos valores para que la cultura no se pierda.
Sábato retoma el buen humor y, a la vez, siempre está cargado de curiosidad: “Yo aprendí una frase guaraní”, recuerda, “que, aunque no sé bien qué quiere decir, me interesó porque habla de mujeres”.
Sábato: “Cuñataí porá”.
Roa: ¡Ah! Eso significa algo así como “mujer hermosa”.
Roa: Bueno, no sé si soy un piropeador, pero siempre estoy dispuesto a decir algo bonito. En ese sentido, el guaraní cuenta con la ventaja de que todas las frases relacionadas con el cortejo son de una enorme inocencia. Cuando el piropo deja de ser galante se transforma en la expresión de un complejo de inferioridad del que lo dice. Por ejemplo, es muy común que el hombre paraguayo sea muy dictador, despreciativo y autoritario con la mujer, especialmente en la campiña.
Sábato: Eso es terrible. A la mujer hay que respetarla y admirarla. Eso es lo que siento yo, ella es la que se queda cuando el hombre se va, la que resguarda a los hijos, la que mantiene la especie. La mujer da tranquilidad. Si hubiese sido por la mujer de Colón, este se quedaba en España con la seguridad de su puestito en la Casa de Contratación. Estoy seguro de que no lo hubiese dejado abandonar el puerto… Claro, que entonces no había psicoanálisis y, por lo visto, sola no lo pudo convencer.
Sábato: Mucho no, pero mal no me fue.
La charla va llegando a su fin. El médico le recuerda al escritor paraguayo que tiene que tomar una medicación y tiene que descansar porque, por la noche, acompañará a Sábato a ver “La tierra sin mal”, una obra de teatro de él sobre las Misiones guaraníticas, que actualmente está en cartel.
Roa: Para integrarme a esta lucha. Una sola persona puede hacer muy poco, pero si integra su fuerza a los demás luchadores, puede hacer algunas cosas. En Paraguay, el recurso humano es una materia muy rica en cuanto a sentimientos y resistencia, no solamente física, sino también espiritual; solo hay que esperar que la política, en democracia, los contemple.
Roa: Y lo seguirá siendo hasta que estas necesidades fundamentales para la reconstrucción de un país sean tomadas en cuenta.
Roa: Creo que actualmente el sentido de la justicia es inexistente. Y la prueba mayor es la de un pueblo de América Latina que es rehén…
Sábato: ¿Cuál?
Roa: Estoy hablando de Cuba. Nuestros Gobiernos democráticos nunca han hecho un esfuerzo por liberar a ese pueblo…, y no hablo de la revolución cubana, ni de sus líderes.
Sábato: Ah, claro. Yo, cuando me fui a vivir a Córdoba con Matilde, tuve la oportunidad de conocer al Ché y hablar con él. Y, como Castro, era un muchacho idealista.
Sábato: La revolución cubana fue maravillosa, pero lamentablemente ha sido tal la presión de Estados Unidos, que la obligó a convertirse en un acorazado. Fue la estupidez y la estrechez norteamericana la que, como siempre, forzó la situación. Porque yo sé que no tenía ni el menor deseo de transformarse en una dictadura y, por atrincherarse contra Estados Unidos, se convirtió en eso. Volviendo al tema de la justicia, creo que la falta de justicia es algo universal.
Sábato: Confiar en que algunos hombres sigan luchando.
Roa: Sí, y que esa lucha no se abandone.
De un perseguido a un perseguidor. El aire espeso que se respiraba en Paraguay en el año 1947, con el dictador Higinio Morínigo en el poder, fue el puntapié inicial para que Augusto Roa Bastos tomase la dolorosa decisión de abandonar su país. Exiliado, primero en la Argentina (hasta 1976, año en que este país también cayó en manos de la dictadura), y más tarde en Francia y España, Roa Bastos pasó casi cincuenta años fuera de su tierra. Y mientras desde lejos él observaba y escribía sobre esa tiranía, Paraguay seguía cayendo en manos despóticas. El último de los grandes tiranos, el general Alfredo Stroessner –quien duró en el poder entre 1954 y 1988–, actualmente está exiliado en Brasilia, en la República del Brasil. “Tengo interés de entrevistar a Stroessner para un medio paraguayo”, contó una vez el escritor. “Sería una charla de perseguido a perseguidor. Él nunca hizo declaraciones acerca de su régimen y me gustaría que confesara los móviles que lo llevaron a la posesión del poder”. Paraguay carga con una historia de opresión y tiranías que se remonta a principios del siglo pasado, cuando, en 1810, el proceso independentista propició el liderazgo absolutista de Gaspar de Francia, a quien Roa Bastos retrató en su libro Yo El Supremo. “Es muy difícil que un dictador acepte a su régimen como un acto de culpabilidad, porque ellos creen que se trata de un acto de bien nacional, de orden y de tranquilidad para la población. Por supuesto, estos argumentos son completamente falsos porque el poder dictatorial es siempre destructivo y negativo. Es un mal que, como todos, nunca puede hacer el bien”.
Roa: Me reservo el derecho de transformar la pregunta y de contestarle que me gustaría que Paraguay tuviese una presidenta. Soy un gran partidario de la igualdad y creo que la política ganaría mucho con una mujer en el mando. La respuesta a la otra pregunta me haría entrar en un terreno movedizo que le pertenece a la justicia.
Roa: Eso sería hacer predicción política y ese no es mi fuerte. Creo que la justicia no ha ocupado, aún, su papel, que es el de investigar y sancionar los hechos impunes. El problema es que está presa de la corrupción y la corrupción genera impunidad.
Es un círculo vicioso. Roa retornó a su patria hace dos años, cuando la democracia recién despuntaba.
La justicia, tan deseada. Dice Ernesto Sábato: “Me pareció excelente que Videla haya sido enviado a prisión, ese es el lugar al que pertenece…”. Con la exactitud y la contundencia que lo caracterizan, así se refirió el escritor argentino al exdictador.
Sábato no califica con medias tintas a los responsables del último proceso militar. Durante el primer Gobierno democrático que siguió al proceso, presidió la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas –creada por el gobierno del entonces presidente Raúl Alfonsín para investigar esos crímenes–. El resultado de varios años de trabajo e investigación, que detalló el drama de la desaparición de miles de personas, fue el libro Nunca más –también conocido como Informe Sábato– que el escritor entregó en mano al presidente Alfonsín, a quien él considera “un gran demócrata”. Y añade:
Sábato: Yo objeté mucho el indulto, porque, después de ese gran trabajo que hicimos con la Comisión, era como quedar en la nada. Los militares ya estaban condenados, con condenas grandes, y Alfonsín me dijo: “Ernesto, no se puede hacer otra cosa. Hay que elegir entre dejar esto en el aire o abandonar todo y exponernos a consecuencias peores”. Que ahora hayan encarcelado por fin a Videla, y que se hable del posible encarcelamiento de otros, me hizo sentir que la justicia no está tan perdida como uno cree. Videla no solo fue un dictador, sino que, además, ha robado niños y ha cometido muchos actos terribles. Las dictaduras simulan que son regímenes para limpiar un país. Pero con esa clave de limpieza donde los que limpian tienen, además, los bolsillos llenos. ¡Dios mío! Y el autor de Sobre héroes y tumbas, súbitamente, se esconde en el silencio, y calla.
Fue uno de los narradores más importantes del siglo XX. Gran parte de su obra se basó en la guerra que enfrentó a Paraguay con Bolivia. En una charla con Darwin Pinto en 2002, el autor de Hijo de hombre habló de su experiencia en el conflicto y de la influencia de este en su obra.
Darwin Pinto
Encorvado por sus 83 años de vida difícil y cubierto con un aura blanca y solemne de patriarca bíblico, Augusto Roa Bastos dejó a un lado sus males cardiacos y pulmonares, sus recuerdos ingratos de exilios y ausencias y nos atendió en su departamento del exclusivo barrio asunceño de Las Carmelitas.
Siempre amable, con un aire de dignidad humilde y sobrenatural, el autor de Yo El Supremo saluda con sus manos de artesano y después de decir con un hablar difícil: “¿Ah… usted es de Bolivia, ese país misterioso en cuyo Oriente se habla el mejor castellano de América?”. Contesta con una voz grave de pajarito enfermo que contrasta con la fluidez de río con que sus palabras construyen una elocuencia que parece increíble en un hombre que ni la grandeza de ser uno de los escritores más importantes del siglo ha borrado de sus ojos grises el recuerdo de una guerra que le cambió la vida para siempre.
- A los 16 años dejé los sembrados de yerba mate en la campaña y me fui de voluntario al campo de batalla, donde me hice hombre viendo morir a mis amigos. A pesar que mis bríos de juventud me empujaban a vivir la aventura horrorosa de la guerra, nuestros oficiales me impidieron pasar al frente, relegándome al trabajo de auxiliar de enfermería. De modo que mi trabajo era levantar muertos y colaborar con los cirujanos para tratar de salvar heridos. Cuando ustedes lanzaban sus asaltos suicidas, yo tenía que escurrirme por el frente llevando bolsas de alimentos, talegos de agua y proyectiles para los que se reventaban en la primera línea. Era un infierno.
- Descubrí que el ser humano en sociedad es más importante que el individual. Aprendí que toda guerra es tremenda y peor si es contra tu hermano. Aquel conflicto fue el extremo de la estupidez humana, el fruto de una política mal entendida por pequeños grupos de poder de los dos países. Ahí mi vida cambió totalmente, porque descubrí que en ese bárbaro oficio como es la guerra uno no puede mentirse, porque frente a la muerte, la verdad acude desnuda sin que uno la llame.
- Sí. Para zafarme de esa verdad que aprendí en las trincheras fue necesario que escriba todo aquello que vi entre el humo y el fuego de la Guerra del Chaco, pero manteniendo siempre lo que llamo el gran desorden creativo, porque vivimos en un mundo laberíntico y ese laberinto nos persigue adonde vayamos y tenemos que pelear contra eso a través del infierno denso de los intentos de la creación. La literatura fue una especie de catalizador para digerir los terrores de la guerra ingrata que enfrentó a dos hermanos gemelos. A pesar que las guerras dejan un trauma en sus hijos, esta es una base grande para la creación de no ficción y te da un impulso de recrear lo vivido. La guerra con Bolivia me dio muchos elementos y riqueza de historias e imágenes para mi posterior producción literaria. Me abrió el horizonte humano, me enseñó valores que hasta entonces eran desconocidos para mí; me dio la capacidad de ir asimilando los conceptos de la vida e identificarte con los seres que más sufren. Vi la erosión de la vida misma.
- Cada tema tiene su lenguaje y esa guerra tenía un lenguaje propio que yo tardé años en encontrar, un lenguaje que se adaptara a la plasticidad de los hechos. En ese proceso sufrí los efectos de la envidia y me costó mucho lugar contra eso. No me arrepiento porque de ese esfuerzo surgió el reto de saber hasta dónde sos capaz de llegar. ¿Hasta dónde pueblo llegar? Bueno, aún no lo sé porque todavía estoy en camino.
- Solo Villamontes. Ahí viví terribles combates donde murieron miles de paraguayos en el intento vano de tomar las riquezas petroleras. Ese es un sitio sagrado porque resume la esencia de los bolivianos que en Villamontes formaron una sustancia tan humana, que parecía un muro infranqueable para los paraguayos.
- Volví a Asunción y busqué trabajo. Me metí en el Colegio de Comercio, en esa escuela hice dos años de Contabilidad y después entré a trabajar en el Banco de Londres, sustituyendo a una hermana mía que trabajaba ahí. Cuando acabó el conflicto sentí la tremenda tristeza de haber peleado contra los hermanos bolivianos, esa misma tristeza que se hizo literatura después, cuando los muertos ya eran montones de huesos.