Los diez mandamientos (1966)
Memorias de infancia (1968)
Doce cuentos de la Guerra del Chaco (2000)
Cuentos históricos. De la piedra al átomo (2003)
Contos Latino Americanos eternos (2005)
Seis cuentos bolivianos y 6 cuentos paraguayos de la Guerra del Chaco (2010)
Cuento de Augusto Roa Bastos incluido: “No matar”
Info previa al cuento.
Augusto Roa Bastos, narrador de historias más o menos apócrifas, siente particular desconfianza, entre los géneros de ficción, por los prontuarios, los diarios íntimos y la autobiografía. Sólo puede decir entonces de sí mismo que es probablemente uno de los parroquianos más reiterados de estas historias en las que trata de plagiar la parte de realidad que le interesa a él. Piensa que si la fanfarrona palabra creación quiere decir algo significa reducir la realidad del mundo y de la vida a la medida del Creador; realidad que es lo que se ve pero también lo que no se ve, que es lo que no es, pero también lo que no existe todavía: esa capacidad que consiste, según Kafka, en encontrar en el oscuro vacío el rayo de luz que pueda captarse plenamente, en un lugar donde no había podido percibirse antes.
Augusto Roa Bastos, autor de ficciones o criatura de estas ficciones (los resultados de una transfusión dialéctica semejante son siempre imprevisibles y enigmáticos) renuncia pues a poner en conserva en una cápsula prontuarial o autobiográfica los numerosos fantasmas que son él o que lo han hecho a él: desde el más perverso, depravado y orgulloso al mas simple, insignificante y neutro. Como duda que los actos heroicos y las purificaciones puedan venir por contagio, al revés del miedo o del envilecimiento, comparte con ellos, hasta sus últimas consecuencias, la responsabilidad de los suyos sobre la base de la obsesión común que los identifica y que da un sentido a sus errores y aciertos, a su locura o su lucidez, a su candor o su cinismo, a su desesperación o a esa especie de salvaje lujuria de futuro que es la esperanza, en la que ovulan las grandes nostalgias y las viejas verdades del corazón humano.
Con respecto a sus ocupaciones y servicios, los vaivenes han sido muchos y entreverados: desde estudiante frustrado a peón de obraje; desde corrector de pruebas a secretario de redacción, en Paraguay, de donde es oriundo; desde exiliado a nómade internacional; desde mozo de un residencial a guionista de cine, en Buenos Aires; desde empleado de seguros a profesor de literatura en algunas ciudades del interior.
En cuanto a su ocupación más estable, al parecer su verdadera vocación, la literatura, cree seriamente que ella es lo esencial una manera de vivir, una manera de actuar, es decir, una manera de realizarse, de ser.
Desde este punto de vista, adhiere al irrebatible criterio de que la función del escritor debe ser eminentemente liberadora, reveladora, y considera que la eficacia de esta función de revelación y liberación, en medios histórico-sociales como los nuestros, sujetos aún a las supersticiones y enajenaciones de todo tipo, propias de estructuras anacrónicas y retrógradas, se mide por su valor de rebelión a las convenciones y tabúes y de iluminación de una realidad deformada y degradada por el privilegio y su hipócrita maniqueísmo. Pero cree también con firmeza que esta tarea de rebelión y revelación sólo puede ser cumplida eficazmente desde su condición de escritor, en la dimensión de una rigurosa integridad estética; que si toma partido ha de ser a favor de las inclinaciones positivas del hombre, puesto que el concepto de la vida es el centro de toda cultura.
Descree en las fórmulas, los dogmas, las anteojeras de toda ortodoxia, por bien inspirada que sea. Cree por ello también que para América ya ha pasado el tiempo de las literaturas de tesis. Una buena literatura, una obra bien hecha, auténticamente iluminadoras, serán siempre y en el mejor sentido testimoniales. Estima, en consecuencia, que la tarea primordial del escritor contemporáneo –cada cual por su propio camino y con los medios a su alcance- es profundizar la realidad a través de su propia experiencia como material de sus obras, reajustando y afinando su concepción estética y su instrumental a las necesidades y posibilidades del mundo de hoy, sin temor a las inquisiciones y a los walhallas ideológicos.
La imagen del escritor, como la de un hombre solitario volcándose íntegramente en la tarea desde lo hondo de sí, pero haciéndose solidario de los demás, proyectándose hacia lo universal, con valor, sin claudicaciones, con irreductible fe en la condición humana, en lo que ella tiene de permanente y perfectible, es la aspiración que da cierta consistencia al oscuro fantasma llamado Augusto Roa Bastos.
A.R.B.
La historia es la narración de los acontecimientos pasados merecedores de perdurar en la memoria colectiva. Historia y literatura se dan la mano en estas páginas que harán las delicias del lector amante de la literatura histórica, donde personajes reales e imaginarios discurren a lo largo de los siglos hasta completar las edades del hombre: la conquista del fuego, Grecia y Roma, el medievo, los grandes descubrimientos y conquistas, las revoluciones y los avatares de la humanidad, toda nuestra Historia en esta espléndida antología.
Esta selección, preparada por Viviana Paletta y Javier Sáez de Ibarra y prologada por Eduardo Pons Prades, reúne cuentos de A. Almánzar Rodríguez, E. Anderson Imbert, J.P. Aparicio, M.-R. Barnatán, J.L. Borges, E. Chimentí, H. Constantini, P. Díaz-Mas, M. Espinosa, J. Ferrer-Vidal, J. Goytisolo, A. Guerra Naranjo, B. Kordon, R. Mayrata, A. Menchaca, P.A. Mendoza, J.A. Millán, M. Mujica Lainez, D. Muñoz Valenzuela, M.-A. Murado, J.E. Pacheco, E. Pons Prades, A. Roa Bastos, J. Rulfo, A. Sastre, A. Uslar Pietri, J.A. Valente, M. Vázquez Montalbán y R. Walsh.
Esta obra é resultado de um esforço comum, e todos os que participamos para su realização colocamos, além do nosso trabalho, uma considerable dose de amor, amor pela criação literária oferecida pelos autores e pelos responsáveis por esta edição primorosa da Bom Texto; amor pelo livro, elo principal entre a palabra pensada e escrita e o lector, que participa com sua interpretação e assimilação en suas mais variadas formas.
Cada um destes contos leva dentro de si o sentimento do homem latino-americano, seu sofrimento, seus sonhos, suas incertezas. Cada lector vai sentir-se identificado em algum momento da lectura com os sentimentos que palpitam entre suas linhas.
Nesta apresentação, optamos por não falar individualmente de cada autor, e sim afirmar que todos eles, assim como seus contos, são aquétipos do nosso insconsciente coletivo e que a combinação entre os elementos fantásticos e o mundo real cria em cada uma destas obras un magnífico equilibrio entre a atmosfera mágica e cotidiano, que nos emociona e identifica. Os personagens e as situações descritas podem ser diferentes, mas o caminho é único, rumo à consolidação de nossa identidade regional.
Esses escritores falaz aos homens e mulheres de diversas épocas. Graças à sua arte, a literatura, viajam a través depaíses, culturas e gerações, permitindo-nos conhecer, por meio dos seus contos, um pouco de seu mundo e sua história.
A ferramenta empregada é alíngua, adquirida por intermédio dos colonizadores,mas conservando a influência cultural das suas origens quichua, africana, maia-quiché, guarani; desdobrando-se em muitas formas, a linguagem de todos serve à denúncia social, fala do amor, indaga a realidade a través do fantástico e permite vislumbrar futuros do homem latino-americano.
Como não nos encontrar a nós mesmos nestes contos, se todos fazemos parte de um mesmo e grande povo que caminha junto, unido pelo sangue e pelas tradições, seja em português, seja em español, imerso na mesma cultura e, principalmente, nos mesmos ideais de justiça e de liberdade.
Alicia Ramal
Professora de Língua e Literatura Española e Hispanoamericana do Departamento de Letras da PUC/RJ
Toda guerra es digna de repulsión. En su tiempo y en su espacio, y también allende los mismos, cada conflicto de éstos es un ultraje planetario, una mácula entre el pecho y la espalda de los hombres, aun de quienes no fueron tocados ni nada supieron de tal contienda.
Hay guerras justas, sin embargo: aquellas en las cuales un pueblo combate por la liberación de otro, o por librarse él mismo del miedo al Poder que avergüenza y tortura. Para los latinoamericanos, son un ejemplo las batallas de la Independencia política, donde nuestros padres emancipadores fueron hermanos de leche en la ejecución de un eminente sueño común. Esas no fueron, por desdicha, las coyunturas de la Guerra del Chaco, sufridas por Bolivia y el Paraguay de 1932 a 1935: hacía más de un siglo que los dos países habían conquistado su soberanía; respecto a ésta sobre el Chaco, naturalmente no repetiremos aquí las virtudes y certezas argumentales que ambos esgrimieron. Es suficiente acordarse de que historiadores, cartógrafos e investigadores, brillantes patriotas de generaciones intelectuales sucesivas, se quemaron las cejas, al Norte y al Este de la desértica región en disputa, para demostrar el dominio de sus patrias respectivas sobre ella.
Por supuesto, dichos estudios y polémicas, colmados de larga sabiduría y convicción, no sólo poseyeron valores académicos: de parte y parte, fueron la causa eficiente, la acreditación jurídica de combate.
Por los demás, es adecuado registrar algo que los contrarios no evocaron en su momento; en verdad, ni paraguayos guarani-parlantes ni bolivianos quechua o aimaraparlantes son los amos primigenios del Chaco Boreal. Hace unos cuarenta milenios, en pleno cuaternario, a través de Behring o cruzando el puente Aleutiano, se derramaron en el continente vacío protomalayos, australoides, protosiberianos que después poblaron la áspera planicie; es demostrable por tanto que fueron los primeros moradores del seco lecho de ese cetácico mar interior, haciendo así de su ecosistema primordial un desaforado coto de caza nómada, contándose entre sus presas, hasta la última glaciación, mastodontes y tatú y quirquinchos como torres acorazadas. A lo ancho de las centurias, la autodenominación tribal de la etnia integrante de la familia lingüística guaykurú, devino en mbayá: altos guerreros, atezados al igual que la materia de sus arbustos espinosos y exornados de espléndidas tinturas feroces, pámpidos cuyos venablos emplumados y mazas de madera de karandá, y hoces dobles de quijadas de tapir y dientes de piraña se constituyeron en movediza impenetrable barrera contra la expansión guaraní hacia el mar-adonde-el-sol-se-pone y de la opuesta expansión andina hacia el mar-del-cual-sale-el-sol. Tan cierto es lo que apuntamos en el presente párrafo, que la totalidad de la documentación etnográfica hacia el siglo XVIII denomina ivariablemente “Tierra de los Mbayá” a lo que posteriormente se llama Gran Chaco. Bajo el tirante sol de las insolaciones, sobre el territorio salado por la nostalgia de un océano, un suelo que cubre a su vez los huesos de sus deshabitados dominadores, combatieron pues paraguayos y bolivianos durante tres años y tres días.
Volvamos al orden inicial de nuestra sucinta información. Cualquier guerra, incluso la más execrable, produce héroes (y antihéroes, bueno es indicarlo), tanto los que duermen bajo sus estatuas o los que guarda la memoria colectiva con una corona de laurel perdurable, como el asimismo inmortal soldado desconocido. Es patente además, conforme lo consigna uno de los prologuistas de este libro, que las guerras incendian la caudalosa y fina expresión estética popular y, a un tiempo, la imaginación solitaria del creador artístico. Y bien, las páginas que siguen procuran ser una muestra de las aludidas ficciones personales, en el entendido de que “la realidad es el basamento de todo gran arte”, según lo expuso, quizás tautológicamente, André Betrón. Seis escritores bolivianos y seis paraguayos manifiestan en este volumen su íntima visión literaria de hechos o aspectos de una guerra concluida hace sesenta y cinco años. Que quien recorra Doce cuentos de la Guerra del Chaco, editados por LOM Ediciones, los juzgue en su dimensión debida. Sobra añadir que la antología no se ha preparado únicamente para los lectores del Paraguay y de Bolivia: el destinatario de todo texto literario es cualquiera de los seres humanos.
Pero en un plano superior, vale decir en el de los símbolos, Doce Cuentos de la Guerra del Chaco, busca ganar un significativo bifronte: por un lado, honra y recordatorio a noventa mil torrentes de sangre joven que empapó aquellas atroces jornadas, muertes por último victoriosas en generosidad y sacrificio; por el otro, una prueba más de la hermandad, del espíritu integrador que notable y felizmente emanó de los adversarios luego de cesar la humareda, el estruendo y los desgarros infernales; en efecto, la gran mayoría de paraguayos y bolivianos se sienten fraternos, desde entonces y en lo porvenir.
Finalmente, déjennos a los firmantes imprimir una constancia: la de la humilde pero extensa satisfacción, amicalmente simultánea, de haber pensado y organizado este libro cuando éramos todavía Cónsul General de Bolivia y Embajador del Paraguay en Santiago de Chile, respectivamente. En mérito de ello, valga el heredado de nuestros padres y el de los de nuestras esposas: los cuatro fueron combatientes la Guerra chaqueña.
Mariano Baptista Gamucio
Carlos Villagra Marsal
Febrero de 2000
Prefacio a la segunda edición.
La historia de este libro en su primera edición es, cuanto menos, curiosa: premeditado en Santiago de Chile a fines del siglo pasado por Mariano Baptista Gumucio* y quien esto suscribe –mientras ambos desempeñábamos los respectivos cargos de jefes de Misión de Bolivia y del Paraguay en la Nación trasandina-, llevamos a cabo el designio conjunto cuando, a petición nuestra, la editorial chilena LOM, continentalmente prestigiosa, en su colección “Letras del Mundo” y en marzo de 2000, publicó el volumen con el título de Doce cuentos de la Guerra del Chaco; a finales del 99, Carlos Coello Villa, entonces, creo, Presidente de la Academia Boliviana de la Lengua Española, y nuestro llorado y grande amigo Helio Vera, nos habían hecho llegar sus correspondientes Ensayos –el de Helio sobre los seis cuentos bolivianos y el de Carlos sobre los seis del Paraguay; con anterioridad, ellos se habían remitido mutuamente los relatos seleccionados por país, de modo que cada grupo de cuentos fuera prologado por el escritor de la otra nación, conforme con la idea vertebral de nuestro proyecto.
La antología se constituyó así en una prenda de confraternidad, merced a la literatura de ficción, más ancha y veraz que los meros discursos, desfiles y solemnidades al uso.
De la edición de 2.000 ejemplares, 800 fueron destinados a la comercialización por parte de la Editora, en tanto que 600 fueron remitidos a La Paz y la misma cantidad a Asunción, gracias a un generoso aporte del Convenio Andrés Bello, para su distribución sin cargo a Universidades, autoridades nacionales, Bibliotecas, gremios, escritores, periodistas, etc.
En Bolivia los libros no sólo se agotaron velozmente, sino que en estos años se sucedieron no menos de cinco reimpresiones, promovidas por Mariano Baptista. En el Paraguay, en cambio, sucedió exactamente lo contrario. Se remitieron aquí los seiscientos ejemplares (menos una veintena que alcancé a unas cuantas personas, principalmente colegas escritores), y yo mismo los deposité en la Sede de nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores. Tres meses después, en otro viaje, esta vez desde Quito, quise saber de los libros: simplemente se habían esfumado; a mis instancias, algunos altos funcionarios de la Cancillería averiguaron; nadie pudo descubrir dónde estaban, si es que estaban en algún lado, ni, por supuesto, cómo había ocurrido el escamoteo; casi una década después, dicha evaporación continúa siendo un desagradable misterio.
Por ello, la Secretaría Ejecutiva de la Comisión Nacional del Bicentenario y los Directores de esta Biblioteca hemos determinado lanzar la presente edición paraguaya de esta docena de textos de ficción sobre la Guerra del Chaco; por ello, y por razones que atañen tanto a su excelencia verbal como a la importancia de su difusión.
La presente colección es una copia exacta de la edición chilena, incluyendo la nota de contratapa preparada por los Editores iniciales y exceptuando este preámbulo y el título, un poco más ilustrativo que el precedente.
Carlos Villagra Marsal
Última altura, octubre de 2010
*Uno de los intelectuales contemporáneos más importantes de Bolivia. Autor de una treintena de libros, ha sido presidente de la Academia Boliviana de la Historia, Rector de la Universidad de La Paz, Ministro de Educación, Embajador en los Estados Unidos y otras dignidades. Reside en la capital de su país.